Aprender a comunicar: prevención familiar en el ámbito local. (II)
1. LA PROBLEMÁTICA ACTUAL DEL CONSUMO DE DROGAS EN LA ADOLESCENCIA
Ángel Vallés*, Esther Pedrosa**, Francisco Verdú*** y Fortunato Tàpia*
*UPCCA de la Mancomunitat de la Ribera Alta
**Psicóloga
***Conselleria de Sanitat Universal i Salut Pública - Generalitat Valenciana
Según la última encuesta ESTUDES
2014/2015 (Plan Nacional Sobre Drogas,
2016), las drogas más consumidas por los jóvenes
de 14 a 18 años son el alcohol, el tabaco
y el cannabis. Por un lado, los patrones de
consumo intensivo de alcohol (binge drinking
y borrachera) están muy extendidos entre éstos.
Las prevalencias de consumo de cannabis
muestran una tendencia descendente; aunque
se aprecia que el consumo problemático de
cannabis aumenta con la edad. A la vez, la
percepción de riesgo de los jóvenes asociada
a los patrones de consumo de tales drogas
es baja, excepto la del tabaco. Respecto a
las nuevas sustancias psicoactivas el perfil del
adolescente consumidor se caracteriza por
ser un consumidor de sustancias tanto legales
como ilegales, un consumidor experimental
con una alta percepción de disponibilidad y
baja percepción de riesgo.
Además, la problemática del uso de
sustancias presenta otras características
especiales que la están agravando como
la normalización, la permisividad social, la
disponibilidad cada vez mayor, la escasa
preocupación social que recibe por parte de
la población, la asociación de su consumo
con la vida recreativa, la existencia de una
cultura favorecedora del consumo de todo
tipo de drogas, el negocio creado en torno
a éstas y la crisis de valores de la sociedad
y la disminución de la percepción de riesgo,
(Becoña, 2002a; Centro de Investigaciones
Sociológicas, 2015; Vallés, Verdú, Belda y
Tàpia, 2010).
Asimismo, cabe considerar que el consumo
de drogas es, además, el desencadenante
de otros problemas sanitarios y sociales
como, por ejemplo, el contagio de infecciones
(ej. VIH, hepatitis), el fracaso escolar y el
bajo rendimiento laboral, los accidentes de
tráfico y laborales, la violencia intrafamiliar,
la criminalidad, los delitos a la propiedad y
los atentados a la salud pública (Vallés et
al., 2010). Todo ello ha influido en que el
consumo de drogas constituya un problema
de salud pública grave que lleva asociado
un elevado coste personal, familiar, social y
económico (Laespada et al., 2004).
En este contexto, la implicación en el uso
de sustancias por parte de los más jóvenes
no ha tardado en mostrarse alarmante. Por
un lado, los adolescentes atraviesan un periodo
evolutivo en el que se producen una
gran cantidad de cambios físicos, cognitivos,
afectivos, sociales y de valores. Por otro, tales
cambios, sumados a un mayor deseo de vivir
experiencias novedosas e intensas, ampliar
las redes sociales, buscar su autonomía y
una identidad más definitoria, hacen que la
adolescencia sea un periodo vital de elevado
riesgo para el consumo de drogas (Graña,
Muñoz-Rivas y Cruzado, 2000).
Debido a todo ello, ha habido una mayor
sensibilización hacia el problema y se ha llegado
a un consenso acerca de la necesidad de abordarlo
(Becoña, 2002a; Laespada et al., 2004;
Peñafiel, 2009), desarrollando programas de
prevención eficaces dirigidos a promover el
crecimiento de individuos capaces de decidir la
abstinencia de forma libre y responsable en una
realidad donde la existencia y disponibilidad
de sustancias de abuso es un hecho cotidiano
(Laespada et al., 2004).
En este sentido, se precisan actuaciones
preventivas que incidan con efectividad reduciendo
los factores de riesgo de la problemática
de consumo detectada y potenciando
los factores de protección.
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